CUANDO DIOS CALLA



Dice el texto sagrado en Mateo 27,46:
   
“Cerca de las tres, Jesús gritó con fuerza: “Elí, Elí ¿Lamá sabactaní?” lo que quiere decir: “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?”.

¿Qué significa para nosotros este grito? ¿Cómo pudo el hijo de Dios ser abandonado por Dios, así como así?

Visto fuera de la fe, podríamos pensar _como de hecho lo hicieron quienes lo vieron entonces_ que se trata de un grito desesperado de un hombre que fracasó como el mesías esperado, antes rodeado de muchos que le aclamaban y que ahora le dejan debilitado en una cruz de tortura.

Nos impacta el hecho de que a este hombre lo matan los representantes de Dios, mientras Dios calla.

Como creyentes, nos damos cuenta de que no solo las autoridades religiosas y un grupo del pueblo judío condenan a Jesús a muerte, sino que, como diría más tarde san Francisco de Asís cuando se atreve a señalarnos a nosotros como cómplices, con estas palabras:

“Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados”.

Entonces, si como dice este santo…Jesús carga con los pecados y miserias de la humanidad entera… ¿qué tiene de extraño que experimentara que el Padre se alejara de Él, si Dios no puede convivir ni con el mal ni con el pecado? Porque sólo a Jesús es dado medir plenamente el abismo que separa el bien y el mal, la presencia de Dios y su ausencia.

Cristo había sudado sangre en el Huerto de los Olivos sin gritar. Había soportado la flagelación sin gritar. Había sufrido sin gritos el taladro de sus manos y sus pies. ¿Por qué grita ahora? Sólo le falta lo más fácil: terminar de morir suavemente. Y, sin embargo, grita.

Jesús, por obediencia al Padre y amor a nosotros, ha tocado fondo en su Encarnación. El uno y el otro saben que el destino del hombre, de todo hombre, es Dios y no quieren que se pierda. Y el Hijo, para devolver el hombre a Dios, “hacer de lo impuro lo que es puro”, se ha sentido terriblemente solo. Entonces grita. En un momento en donde la tierra estaba en tinieblas con el ocultamiento del sol como dice el texto bíblico; momento más oscuro imposible.

Pero aun así, Jesús no ha perdido a Dios, porque a “más ocultamiento divino, más aparece el amor”.

El papa Benedicto XVI nos ofrece la explicación de que solo la comunidad de creyentes de ese momento entendieron que este grito de Jesús alude al comienzo del salmo 22, conocido _en nuestros días_ como “La oración de Cristo en la cruz”.

Si lo leemos completo podemos encontrar en el, la pasión narrada anticipadamente de Jesús.

Cabe destacar que para la espiritualidad judía, citar el comienzo de un salmo es como citar el salmo completo y que dicho salmo dice en buena parte (Sal 22,1-6):

“Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?
¡Las palabras que lanzo no me salvan!
¡Mi Dios! De día llamo y no me atiendes,
De noche, más no encuentro mi reposo.
Tú sin embargo, estás en el santuario
Y allí te alaba el pueblo de Israel.”

_fijémonos en esta parte del salmo que sigue_

“En ti esperaron siempre nuestros padres,
Esperaron y tú los liberaste.
A ti clamaron, viéndose salvados
Su espera puesta en ti no fue fallida.”

En esta parte podemos captar que se habla claramente de “confianza”. ¿Y qué es la confianza? Es un sentimiento de seguridad, apoyo, de esperanza en algo o alguien.

La Iglesia (CIC2585) nos enseña que los salmos son las oraciones de alabanza a Dios por excelencia del Antiguo Testamento, y en este salmo en particular, estaríamos en lo correcto al afirmar que no es una oración de derrota, sino de todo lo contrario. Es un grito de confianza en una victoria.

En consecuencia, Jesús en la cruz está orando al Padre confiadamente.

Y nos lo confirma Benedicto XVI de su libro “Jesús de Nazareth” cuando dice de este grito de Jesús:

“No es un grito cualquiera de abandono. Jesús recita el gran salmo del Israel afligido y asume de este modo en si todo el tormento, no solo de Israel, sino de todos los hombres que sufren en este mundo por el ocultamiento de Dios. Se identifica con el Israel dolorido, con la humanidad que sufre a causa de la ¨oscuridad de Dios¨, asume en si su clamor, su tormento, todo su desamparo y con ello al mismo tiempo lo transforma”.

¿Y cómo lo transforma?

Recordemos que el pueblo de Israel en el tiempo de Jesús estaba marcado por una profunda inestabilidad política y social, siempre en conflicto, sometidos a la servidumbre del Imperio Romano y sin embargo Jesús está presente en medio de todo ello, él es la esperanza, una oración directa al Padre, que traspasa a todo tiempo y se une a nosotros en nuestro sufrimiento individual y comunitario manteniéndonos en pie, junto a él. 

Nos da nuevas fuerzas, como pasa con las águilas que cuando parecen morir, entonces se renuevan y vuelan a grandes alturas.

O como nos dice san Agustín, bellamente:

“Cristo ora como cabeza y como cuerpo. Ruega como “cabeza” como aquel que nos une a todos en un sujeto común y nos acoge a todos en sí. Y ora como “cuerpo” en el sentido de que tiene presente la lucha de todos nosotros, nuestras propias voces, nuestra tribulación y nuestra esperanza”.


ORACIÓN:


Bendito y alabado seas Jesús, que conoces toda la crueldad de la que es capaz el pecado en el hombre.

Clamamos a ti que en nuestra realidad temporal, hoy somos tu Israel afligido.

Enséñanos a ser como tú, a sentir el derecho de quejarnos al Padre a viva voz, sabiendo que seremos atendidos y salvados, porque todas las cosas las hace bien el Padre tres veces santo.

Mira a tu pueblo, a tu rebaño, que nos sentimos aturdidos, asfixiados y atrapados en sistemas que prescinden de la verdad por ideas y a estructuras de injusticia que pretenden arrodillarnos ante algo que no eres tú.

Sabemos cómo cristianos que la fe es inseparable de la esperanza, danos tu gracia para que podamos apelar a las capacidades espirituales y morales a través de una continua y verdadera conversión interior, para luchar y obtener los cambios sociales que tanto necesitamos.

Que así como el sufrimiento que padeciste tuvo como fruto la compasión para llevarnos al Padre, que así nosotros miremos a nuestros hermanos que nos necesitan para que sean el camino de regreso juntos a la presencia de Dios.

Gracias por escucharnos cuando decimos como el salmo: “Más tu Señor, de mí no te apartes; auxilio mío, corre a socorrerme”. (Sal 22,20)

Amén.


(Reflexiones sobre "La cuarta palabra de Jesús en la cruz", Cuaresma, 12 abril 2019).

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